martes, 30 de marzo de 2010

Las vistas de Minerva


Tenía pendiente acercarme al Círculo de bellas artes desde que un amigo después de ver "El centro de un vistazo" me comentó que también había unas increibles vistas desde esta azotea, así que hace un par de sábados me colgué la Nikon cuál japonesa y me fuí de turismo para hacerme una foto con la diosa de las artes que vigila Madrid.
El cielo no estaba de mi parte y no me ofrecía buena luz para mostraros la inmensidad de la ciudad vista desde el objetivo así que tendré que volver un día soleado para que lo veais mejor y os animo a que lo hagais también vosotros porque os entusiarmará. Sólo dos euros.
Al bajar decidimos ir por las escaleras y así como el que no quiere la cosa nos íbamos asomando donde podíamos.



Ahí estaba el fantástico salón de baile, que en febrero es tomado por máscaras y disfraces bailongos, con su preciosa cúpula a mi parecer neoclásica aunque no me atrevo a confirmarlo porque por más que he buscado y rebuscado no he encontrado información alguna sobre ello.

El edificio se construyó entre los años 1921 y 1926. El proyecto es de Antonio Palacios, arquitecto de varios edificios de la capital más que interesantes pero que de momento no os voy a descubrir....
Fue alumno de Ricardo Velázquez Bosco y seguidor del seccesionista (modernismo austriaco) Otto Wagner con el que tiene en común el haber realizado las primeras estaciones de metro de una capital europea. Si, si, Palacios es el autor de las bocas de metro de Madrid, las más monumentales ya hoy desaparecidas mientras que las de Wagner las ví en Viena, y ya que tengo foto os la voy a colar aquí de estrangis.


En cuanto al estilo arquitectónico volvemos a lo mismo, no he encontrado nada claro, solo que podría ser una combinación de monumentalismo clasicista y art decó.
Para rematar la visita turística nos quedamos a comer en su restaurante-cafetería de la planta baja: La pecera. Frescos en el techo, una bonita escultura en el centro y una carta con menú del día aún siendo sábado, con buenos platos a precio asequible de los que recomiendo la milhojas de queso de cabra y el solomillo.


Pues lo dicho, habrá que volver para subir a la azotea un día de sol, para disfrutar de un baile de máscaras en carnaval y para tomar unas fotos y copas en la cafetería.

domingo, 14 de marzo de 2010

Cachito de cielo


Don Mateo vivía en el barrio de Chueca desde que nació en 1902.
En una vieja caja de puros guardaba varios billetes que se habría gastado en habanos si no fuera porque tuvo que dejar de fumar cuando enfermó de neumonía, hacía ya más de cincuenta años.
Mientras metía el dinero en un sobre recordaba aquel día en que le dieron la noticia de su enfermedad, quedó totalmente desolado, era demasiado joven.
Estando en el hospital solo encontraba consuelo pensando en su ángel de la guarda, su madre. Siempre la recordaba zurziendo calcetines o preparando cocido, pero de repente un día le vino a la memoria la imagen de ella con un velo de encaje rezando en la capilla del convento cercano a casa.
Fue como una señal, debía ir allí para pedir salud y fuerza al Cristo del cachito de cielo.
Estaba enfadado con Dios desde que se llevara a su adorada madre cuando todavía era un niño, pero sabía que ella quería hablarle en aquel lugar.

Nada más atravesar el portalón de lo que parece un humilde bloque de viviendas sintió una inmensa paz en su interior y unas ganas muy fuertes de luchar por su vida.
La pequeña capilla neogótica, con su bóveda de crucería y sus motivos vegetales le daban así la bienvenida.

Lo tenía que lograr, su ángel y su Cristo le ayudarían a seguir adelante y les hizo una promesa.

Ahora con ochenta y ocho años suponía haber acabado todo lo que tenía que hacer en este mundo, ya estaba preparado para marchar, pero antes debía cumplir la promesa de antaño. Se vistió con su mejor traje, se perfumó y guardó el sobre en el bolsillo.

Desde hacía unos años las hermanas misioneras y el capellán jesuita Javier Repullés, ofrecían café caliente todas las mañanas a aquellos que lo necesitasen en la puerta de la capilla y allí se dirigió.
-Un café hermana por favor.

La hermana lo miró estrañada, aquel anciano no parecía necesitar su caridad.
-¿Usted necesita un café?
- Si hermana, si.
Al darle el café, Mateo metió en la bocamanga del hábito de la monja un sobre sin que nadie más que ella se diera cuenta.
Cual fue la sorpresa de la misionera cuando al abrirlo encontró trescientas mil pesetas.
Darían para muchos cafés y sobretodo les animaría para continuar con su labor por muchos años.


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lunes, 8 de marzo de 2010

De profesión: castizo

En Venecia profesión de generación: el gondolero ¿en Madrid? el barquillero.


Chulapo castizo dónde los haya lleva estas obleas y canutos por los sitios más típicos de la capital.
Yo me le encontré en El Rastro, no hubo manera de regatearle, claro, la crisis también les afecta,pero de regalo me llevé la foto.
Ahora buscando información me doy cuenta de que me topé con un barquillero de cuarta generación, de la familia de Felix Cañas Sacristán, la única que transmitió este oficio de padres a hijos, bien vendiendo en las calles, bien ayudando en el obrador, entre harina y azúcar. Todos gatos, gatos, ¡faltaría más!.

Con la ruletita, que además sirve de almacén, se hacía el juego del clavo. Consistía en poner una moneda y girar la ruleta, si había varios jugadores pagaba la ronda el que sacara el número menor. Un solo jugador podía tirar tantas veces como quisiera, acumulando los barquillos.Eso si, si caía en un clavo los perdía todos.
Aunque según la zarzuela "Agua, azucarillos y aguardiente"....




Cuando viene un señorito

y nos dice: vamos a jugar,
en menos que canta un gallo
la trampa está prepará.
Como están los clavos flojos
y la máquina desnivelá
por más que se vuelva mico,
que ni pa Dios que nos pué ganar.


jueves, 4 de marzo de 2010

¡Salud!

El bicho está acorralado, ahora solo falta deshacerse de él y en ello estamos.
Mientras me da una tregua y para confiar en la victoria un pequeño paseo a mi salud por la calle del mismo nombre. Céntrica, tanto que comunica la del Carmen con la Gran Vía, pero poco más que destacar salvo su nombre y su historia claro.



El invierno del 1434 al 1435 el tiempo se cebaba con toda Castilla pero sobre todo con la villa: nevadas y lluvias torrenciales continuadas arrasaron cosechas, derribaron casas e incluso destrozaron parte de la murralla. También se desbordó un foso de aguas que se acabaron mezclando con las potables. La hambruna y la enfermedad hicieron que los cadáveres acabaran agolpados en las calles provocando en el verano una epidemia de peste que acabó con más de 5000 personas de los 20000 habitantes de la ciudad medieval.

Años más tarde, reinando entonces los reyes católicos, de nuevo la peste volvío a presentarse, pero ninguno de los afectados vivía en las pocas casas que formaban el arrabal cercano a lo que es hoy la puerta del Sol. Al estar fuera de las murallas la suciedad y basura no era tanta como dentro así que por allí no se atrevio a pasar peste que valga y desde entonces se le llamó el barrio de la Salud.


Hoy, muchas más casas que antes, la portada de la antigua iglesia de San Luis quemada en el 36, un hotel, un hostal, varios comercios y bares forman lo que se llama la calle de la Salud.

lunes, 1 de marzo de 2010

El jardín de la alegría


Todas las nuevas urbanizaciones de los nuevos ensanches construidos en la ciudad cuentan ya con su piscina y por supuesto jardín privado.
Yo me quedo en el de mi tía: Un patio de comunidad antigua de pisos de más de cincuenta años.
Es un lugar recóndito de Madrid en el que pasé muchas tardes jugando al jardín de la alegría, al escondite, las cuatro esquinas... y merendando los bocadillos que ella me daba por la ventana de la cocina de su bajo. El mejor bajo de todos los bloques porque tiene el privilegio de que todas las ventanas dan al jardín.
Me vais a permitir que use este lugar como excusa para recordarla en esta semana tan amarga e intentar sacar una sonrisa, aunque sea triste, a mis más fieles seguidores.
Ella tuvo mucho que ver en que ésta que hoy la recuerda sea madrileña.

Parece que sigo viéndola cuando paso por el portal, a través de las rejas, tendiendo sábanas blancas con su bata de cuadros y su pelo ondulado, níveo, siempre muy bien peinado. Una gran luchadora que finalmente no pudo más.
Un beso tía Paca.
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