miércoles, 23 de febrero de 2011

Squisito

No se lo que me pasa últimamente pero no dejo de pensar en un italiano.
Le conocí hace ya más de diez años, me lo presentaron mis amigos de universidad en una cena de Navidad y desde entonces se lo he ido presentando a mis compañeros de trabajo, a mis hermanos, mis cuñados, mi entonces novio...
Hace poco se lo presenté a mi madre, y por supuesto le encantó.



Será ansiedad, deseo o simplemente aburrimiento pero continuamente la cabeza se me va a sus platos para llevarme un tonto calentón y quedarme con las ganas de esos deliciosos fetuccini con espárragos y jamón.
Los spaguetti negro con langostinos tampoco están nada mal y para los menos atrevidos por supuesto la lasaaaaaaaaña.
De las ensaladas destacaría la tropical por ser una de las más originales y sorprendentes en cuanto a mezcla de sabores, frutas y vegetales revueltos con rico aliño.
De los postres no sabría elegir ninguno en concreto, quizá lo mejor es tomarse un sorbete de limón al cava para aligerar un poquito la barriga.
Lo peor es que al ver la cuenta te puedes llevar un disgustillo pues los platos rondan los ocho euros a los que hay que añadir el iva.
Ya se sabe que los refrescos suben bastante el precio, pero lo que más te puede dejar alucinado es el precio del pan. En una cena de amigos llegamos a pagar 20e solo por eso ¿como es posible? Nada más sentarte te ponen una buena cesta de pan recién hecho acompañado de aceite macerado (no estoy segura si en orégano o albahaca o ninguna de las dos) y claro, te cobran casi dos euros por persona (el oro líquido que dice Arguiñano). Pero ¿quién puede resistirse?

Una cosa a destacar es que tienen carta dietética e incluso para celiacos.



Da Nicola se llama el susodicho, está en la fea plaza de los mostenses, al ladito de los musicales de la Gran Vía.
La decoración es muy mediterránea: flores, mesas de piedra, gigantes vasijas y colores alegres. Más familiar que romántico diría yo.
Pero solo lo encontrarás tan vacío de lunes a jueves, el resto de los días mejor ve con tiempo, te tocará esperar en la puerta porque no admiten reservas por teléfono.



¡Ay qué hambre!

lunes, 14 de febrero de 2011

Más que moda



No me entusiasma la ropa de esta tienda. Creo que no he comprado ni una sola camiseta o vestido. Los encuentro todo raro, sin forma, de colores apagados... quizá es que no he tenido paciencia para buscar.
Lo que si me gusta son los accesorios para el pelo: diademas, orquillas, gomas...
También merece la pena la ropa para niños y los pijamas con sus héroes favoritos a buen precio.
Pero vamos que esta entrada no era para hablar de moda, ni de rebajas, lo que pasa es que la cabra tira al monte.
El mejor H&M de Madrid no me lo parece por la colección que tenga o lo rápido que va la cola al pagar sinó por ese magnífico edificio clasicista de 1924 donde se encuentra; en plena Gran Vía que con el siglo XXI ha visto desaparecer sus cines y tiendas míticas -Madrid rock por ejemplo- para reconvertirse en palacetes de Amancio y colegas.

Es lo que le ha pasado a los cines Avenida del número 37 cuyas paredes oirían muchas risas mientras se proyectaba la genial 'Cinema Paradiso' sin saber que algún día le ocurriría algo parecido a pesar de estar en una gran capital europea en vez de en una pequeña aldea italiana.


Ahora en el sótano, los chicos buscan su camisa para su 'Fiebre del sábado noche' sin saber que ahí mismo actuó Frank Sinatra cuando era la mejor sala de fiestas del país, el Pasapoga. Allí acudían, entre otros, los "Duques" del estraperlo de la posguerra para impresionar a sus "Catalinas" con los asientos en primera fila mientras ellas se miraban orgullosas en los espejos del techo filigranado imaginando una vida de ensueño junto a su "enamorado" sin darse cuenta de que en realidad se convertiría en una catalina pero con minúsculas.(Véase 'Uno de los nuestros').




Como siempre, intento sacar lo positivo de las cosas que no tienen solución y lo bueno de esto es que se han mantenido algunos de los elementos originales del edificio que es el mejor maniquí de la tienda.
Está vestido con mármoles y murales clásicos (eso si, de imitación). Repeinado con enormes espejos. Por pendientes impresionantes aráñas de cristal. Como maquillaje coloridas vidrieras y rojo pasión combinado con los grises ahumados que tan de moda están esta temporada.
Lo mejor de todo es que se deja fotografiar.


Arquitecto: José Miguel de la Quadra-Salcedo Arrieta-Mascarua












Soñadora cual 'Amelie, me pasaré alguna que otra vez para ver si como homenaje al cine, algún día, encuentro el clon (que dirían las fashionistas) del Givenchy que lució Audrey Hepburn en 'Desayuno con diamantes'.

Por cierto, ya que estamos de resaca de Goyas, me encantaría recibir un comentario de aquel que guarde el recuerdo de ver el estreno en estos cines de una de las mejores películas españolas 'El Verdugo'. ¡Lo que debió significar su humor negro en la época y la falta que hace en estos tiempos de crisis!

miércoles, 9 de febrero de 2011

Casa con vistas la Mediterráneo


Tras unas puertas metálicas con decoración renacentista un naranjo salpicado de color nos da la bienvenida a un palacete clásico y personal. Tanto que su propio dueño colaboró en el diseño, incluso me atrevería a decir que dio bastante la lata al arquitecto, Enrique Repullés, hasta conseguir tranquilidad andaluza en pleno Madrid.
Ese dueño no era ni más ni menos que el valenciano que pintó el Mediterráneo como nadie, el mejor embajador que ha tenido la luz de España, Joaquín Sorolla.
La planta baja se conserva tal y como estuviera en vida del pintor, mientras que la segunda, donde estaban los dormitorios, son ahora salas de exposición.
Después de decidir si me gusta más el brillo del cuerpo del niño en 'El baño del caballo' o el efecto que hacen los rayos del sol sobre el agua esmeralda de los 'Los nadadores de Jávea' accedo al estudio principal. Y entonces puedo imaginar al maestro frente al caballete, arrugando el gesto para encontrar la perfección, dando largas pinceladas de luminosidad con esos óleos secos de cien años ante la mirada indiferente de su mujer y su hija ya sea desde el piso de arriba o desde su 'Paseo a orillas del mar'. Si, definitivamente me llevaría este a casa, porque además de la luz del Mediterráneo también tiene su brisa.



Cuando se trasladó a esta casa con su familia ya hacía mucho tiempo que había dejado atrás esos años de trabajo en la cerrajería de su tío, los estudios de dibujo en la escuela nocturna, los viajes a Roma y París donde quedó impresionado con los impresionistas y por supuesto aquella visita al museo del Prado en la que con dieciocho años quedó fascinado con Ribera, Velázquez y el Greco. Se atrevió a soñar que podía estar entre ellos y aunque no lo pudo ver, lo consiguió. De hecho hace dos años hubo una gran exposición donde se pudo ver prácticamente toda su obra y "Visión de España", el proyecto que le encargaron para la Hispanic Society de América y que precisamente comenzó el mismo año en que entró a vivir en esta casa , en 1911, por lo que la abandonaba muy a menudo para viajar por por el país y captar la tradición pero sobre todo los matices de la luz del sol de cada región:Andalucia, Castilla, Aragón, Galicia...
Eso sí, entre viaje y viaje hacía retratos en su jardín andaluz-madrileño. Pero en 1920 finalizada ya su obra americana mientras trabajaba en uno de ellos, sufrió una hemiplejía que dio al traste con sus futuros trabajos y su capacidad como profesor de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Tres años después moría en Cercedilla sin haber visto su exposición en Nueva York.


La casa sin duda es una de las joyas recónditas que visitar sobre todo por los tesoros que guarda en su interior y todo gracias a Clotilde, la esposa, musa y modelo que lo donó al estado para fundar el museo. Lástima que su desnudo, homenaje a "el trozo de carne más humano del museo" (que le escribió Sorolla refiriéndose a "La Venus del espejo" y el National Gallery) ", no se encuentra aquí, es de colección privada , no lo conocía y no lo he visto al natural pero puedo decir que si lo viera quizá se convertiría en mi favorito (fijaos en la perfección del cuerpo y el brillo de las sábanas).






Lo dicho, ventanas al Mediterráneo valenciano, jardines andaluces y sobre todo lo que se le pide a toda casa: luz, muuuucha luz. ¿Qué más se puede pedir junto a la Castellana?

jueves, 3 de febrero de 2011

Desengaño.


Maldita la hora en que vino a Madrid persiguiendo un sueño. Maldita la hora en que ese sueño se hizo realidad.
Lo logró, llego a ser el mejor de lo suyo como decían en el pueblo del que ya no tenía noticia alguna.
Llegó a tener lo que siempre había deseado:el mejor coche, el mejor ático en el centro; la mejor casa en
Menorca, una buena posición social; hasta la mejor mujer, la más deseada de las fiestas.
Pero nada de eso le llenaba, ni siquiera ella puesto que era como todo lo demás: un complemento del que presumir y por el que ser envidiado.
Se sentía solo. Vacío y triste. Sin ilusiones. Como un adicto a las compras que en el momento de firmar el
justificante y conseguir el objeto anhelado ya sabe que no estará contento hasta volver a firmar de nuevo por otra cosa.

Siempre pensando en que gastar su fortuna, en que invertir para conseguir más,para llenar su vida con cosas que le hicieran un poquito más feliz. Y aún con varios millones de euros seguía sin poder comprar el significado de la dichosa palabra.

Quizá si alguna vez alguien se hubiera interesado sinceramente por como se sentía podría haberlo sacado de ese hastío y ese vagar por un mundo vano, pero estaba rodeado de cuervos y ratas a los que no les importaba otra cosa de él que no fuera su fama y dinero.
Y en su búsqueda por alicientes cayó al vacío infinito, cayó en una vorágine de alcohol y drogas donde solo podía escuchar voces interesadas y risas maquiavélicas. Donde sólo alcanzaba a ver caras
desencajadas y alucinaciones disfrazadas de felicidad. Día tras día, noche tras noche, aunque para él no había diferencia alguna, solo era tiempo que transcurría lentamente, o rápidamente, no tenía noción.
Hasta que sin saber cómo, cuando, ni por qué, se encontró entre cartones, pidiendo limosna, sin más alimento que un vino barato ni más mujer que las que se buscaban la vida en la misma calle.
En una calle que no podía ser más irónica,
en la calle del desengaño, donde cayó en la cuenta de lo que era la verdadera felicidad.

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