Había vagado por melancólicos pensando en los paseos por el Retiro cuando todo eran risas y complicidad, recordando las visitas al Museo del Prado cuando interpretaban las miradas de los Goyas y Velázquez, saboreando los helados italianos que tomaban sentados como dos turistas más frente al Palacio Real. Aquello ya no existía, no quedaba nada, solo recuerdos, tantos recuerdos... un pasado mejor que ya no iba a volver.
Llegó a la calle Segovia, y lo vió imponente con sus arcos de hormigón. El viaducto que tanto admiraba a pesar de sus tristes historias de suicidios, leyendas de almas en pena y ...vagabundos.
Se dirigió hacia él para encontrar su destino, acabar de una vez con todo.
Pero arriba las cosas se veían diferentes, una esperanza se vislumbraba a lo lejos, el cielo azul cobalto y el viento frío aunque suave le hicieron pensar por qué no darse una oportunidad, cambiar de actitud, sonreir a la vida.
De repente escuchó una canción conocida que ahora le hacía daño oir, era su canción, la de los dos, y en la pantalla del móvil parpadeaba su nombre.
Miró el telefono dudando cogerlo, finalmente lo agarró fuerte, respiró hondo y lo lanzó tan lejos como pudo. Se acabó. Fue bonito mientras duró, pero se acabó y la vida seguiría.
El viaducto que empujó a tantas personas hacia otra vida también le guiaría a otra vida, pero en este mundo, en el de los vivos porque como dice la canción, de amor ya no se muere...