lunes, 26 de enero de 2009

Gatos y gatas de dos patas

El viernes pasado alguién me preguntó si sabía por qué a los madrileños se nos llamaba gatos
(aquí hago un inciso, y egque aunque madrileña no soy gata, para ello es necesario ser hijo de padres y abuelos madrileños). No lo recordaba muy bien pero más o menos le dije por donde iban los tiros. Hoy mientras leía la historia para comentarsela mañana se me ha ocurrido que debía explicarla en el blog, pero claro, estas entradas están dedicadas a lugares de Madrid que tengan alguna historia , que sean especiales o simplemente curiosos pero no a una historia en sí.

Pues bien, problema solucionado, de repente se me ha venido a la cabeza
un lugar que me llamó
la atención por los "agujeros" de sus paredes y donde hoy he podido comprobar que efectivamente sirven para lo que yo pensé en aquel momento. Pero vayamos por partes.

La historia se remonta al siglo once, cuando en Magerit habitaban más Fátimas y Mohameds que Marías y Josés.
El rey Alfonso VI de Castilla pretendía conquistar la ciudad más importante de la península: Toledo. Pero para ello antes debía hacerse con esta pequeña fortaleza musulmana situada en un lugar estratégico, muy bien vigilada y amurallada. La gesta estaba complicada y tras sitiar la ciudadela no se veía el momento ni el lugar por el que comenzar el ataque. Entonces como caido del cielo llegó un joven al que apodaban gato por su agilidad a la hora de trepar muros. La idea era que el mozo, ayudado por un cuchillo, escalara uno de los torreones cercanos a la puerta de la Vega. Una vez arriba, solo tendría que lanzar una soga para que los soldados pudiesen también subir y sorprender así a los moriscos. Cuenta la leyenda que así fue como el rey conquistó Magerit. Desde entonces a los descendientes y familiares del chico se les llamó gatos, y más tarde a todos los madrileños.

Como no podía ser de otra manera, el lugar al que me he referido es el muro de la cuesta de la Vega, y nuevamente me sorprende saber que aunque no fue exactamente ahí donde comenzó la leyenda si no un par de metros más arriba, en los pocos restos de muralla árabe que quedan, es ahí dónde de se reunen unos cuantos gatos recordando, seguramente sin saberlo, la hazaña del primer hombre-gato de la villa.

Por suerte esta tarde ha salido el sol. Por suerte algunos gatos trepaban la pared y han sido protragonistas de mi fotografía también sin saberlo.



Amigo cordobés, quizá lo que a ti te contaron es, que como a los gatos, a los madrileños nos gusta la noche, ya sabes tu bien que Madrid nunca duerme.

sábado, 17 de enero de 2009

Duz



Aprovechando el paseo por la calle Toledo, seguimos de compras (pero no de rebajas).

En el número cincuenta y cinco, justo enfrente del metro La Latina, zona de tapas y copas de noches de viernes, sábados y cuando se tercie, nos encontramos con un escaparate lleno de gomiolas, nubes, piruletas, chicles y por supuesto caramelos,"Caramelos Paco".

La tienda, lleva en pie desde que en los años treinta llegase a Madrid Francisco Moreno, un chaval emprendedor que con apenas veinte años consiguió montar su propio negocio en la capital.
Lo que comenzó siendo un ultramarinos más en una calle pintoresca de comercios con toldos de colores se convirtió poco antes de que se iniciara la guerra civil en la primera tienda dedicada exclusivamente a las chucherias y caramelos, dedicada a endulzar sobre todo la vista de los madrileños que pasaban por allí porque endulzar la vida en aquella época era dificil.

«Durante uno de los bombardeos protagonizados por los nacionales, un obús impactó contra la tienda. Afortunadamente, el artefacto, que llegó hasta la cueva -el antiguo almacén-, no estalló», cuenta la nuera del fundador en una entrevista realizada para El Mundo.


Gracias a las pinturas que él mismo hacía en rocas de carreteras de las afueras de Madrid
ayudado por su hijo, una lata de alquitrán y una simple brocha, los caramelos Paco eran conocidos en gran parte de España, aunque solo fuera de oídas.

El "chaval" estuvo al pie del cañón inventando nuevas golosinas y sabores hasta los años ochenta, se podría decir que fue nuestro particular
Willy Wonka de los caramelos.

Setenta años después el escaparate sigue dejándo con la boca abierta a los niños, y no tan niños, que pasamos por allí.

domingo, 4 de enero de 2009

Curiosa tienda de curiosidades

Para los que aún no han "enviado" la carta a los Reyes Magos os voy a mostrar un lugar donde buscar regalos. Lleva abierto más de veinte años según me comentó la persona que me atendió amablemente y que no tuvo ningún problema en que hiciera las fotos.


Bajando desde la plaza Mayor por la calle de Toledo, justo antes de llegar a la plaza de Puerta Cerrada, en una calle de oficio antiguo, latoneros, nos encontramos con una pequeña tienda cuyo escaparate rebosa magia, fantasía e ilusión. Pasar el umbral de la puerta es entrar directamente a la infancia, al siglo pasado cuando los juguetes mecánicos eran de hojalata, las muñecas de porcelana y las peonzas trompos de madera.
Aunque también caben robots, luces y aparatos digitales del siglo XXI.
Para los cinéfilos mitómanos nada mejor que despertarse con un reloj de Marilyn Monroe o alegrarse la vista con un poster de la siempre bella Audrey Hepburn.


Del techo cuelgan paraguas abiertos que desafían a la mala suerte con sus dibujos y colorines.



Te puedes pasar horas muertas mirando cada uno de los objetos que abarrotan las paredes y estanterías, a mi me encantaron los caleidoscopios y las mariquitas de metal. Pero mi preferido, sin dudarlo, el tío vivo.





Muy curiosa también la lechera pintada de rojo de la entrada que actúa como papelera, esa si que me recuerda al pueblo donde pasaba los veranos cuando era niña, dónde por cierto los reyes se llevaron mi preciado chupete.















Yo este año no me he portado muy bien, quizá me traigan carbón así que mejor me voy haciendo a mi misma un regalito, y creo que este cuaderno de notas me va a venir muy bien. Es tan bonito....
(Cualquier escusa es buena para darse un capricho y más de este tipo).


No olvideis visitarla, merece la pena.
Felices reyes.

jueves, 1 de enero de 2009

"All is Quiet on New Year's Day..."

Un año más el día de año nuevo despierta silencioso y con resaca, las calles están vacías y la bola dorada del reloj de Sol descansa después de su gran noche.



La puerta del Sol, seguramente uno de los puntos más conocidos, fotografiados y visitados de la ciudad, nada recóndito, pero muy especial por la cantidad de sucesos históricos que han ocurrido en su entrorno. En el 1875 se encendió aquí la primera bombilla eléctrica de España, veintidos años más tarde comenzaría a funcionar desde aquí el primer tranvía eléctrico y en el 1919 la primera línea de metro.
El porqué de su nombre se desconoce, hay tantas historias que sería imposible encontrar la verdadera, lo único seguro es que los escritos en los que aparece por primera vez son del 1570.

Pero el protagonista de la Nochevieja, sin duda, es el reloj de la casa de correos cuya historia es bastante curiosa.
En 1863 un prestigioso relojero y cronometrista de la Marina Militar española apodado "Losada" se encontraba en Madrid por motivos de trabajo. Alojado en el Hotel París, todas las mañanas miraba el reloj del entonces Ministerio de la Gobernación. Su funcionamiento era tan pésimo que cada una de las tres esferas que tenía daba una hora diferente. Los madrileños más guasones sacaron esta coplilla:

"Este reló tan fatal,
que hay en la puerta del Sol",
dijo a un turco un español,
"¿Porqué anda siempre tan mal?"
El turco con desparpajo,
contestó cual perro viejo:
"Este reló es el espejo
del gobierno que hay debajo"






De nombre verdadero José Rodríguez Conejero, cansado de este chapuza decidió tomar cartas en el asunto y se comprometió a construir, incluso donar, un reloj nuevo.
Tres años más tarde, en 1866, Isabel II inauguraría ésta obra artesanal que llegó de Londres (dónde trabajaba y vivía el relojero) y que desde entonces sigue puntual y dándonos las uvas todos los treinta y uno de diciembre.


¡Feliz 2009!
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