domingo, 9 de septiembre de 2012

Iguales

La primera imagen que le vino a la cabeza cuando su mujer le dijo que estaba embarazada fue la de sí mismo junto a su hijo disfrutando de su deporte favorito.
Ninguno quería saber el sexo antes del parto. Ella porque le encantaban las sorpresas y él porque tenía tan claro que sería un varón que ni se planteó el preguntarlo.
Estaba deseando que naciera y creciera lo suficiente para inculcarle su pasión y quien sabe, hacer de él un medallista olímpico.
Entonces nació Eva.
Cuando la miró por primera vez se sintió inmensamente feliz. La contemplaba embelesado pensando que era la cosa más bonita que había visto jamás, que tenía la nariz de su madre, y que era su cachorrillo indefenso al que a partir de ese instante tendría que proteger siempre, con todo lo que ello conllevaba... Acariciaba la palma de su manita con el dedo índice incitándola a que lo agarrase musitando "a ver como va a coger la pala mi niña".
Ahora Eva ya tiene diez años, va cada sábado a practicar piragüismo con su padre al lago de la Casa de campo con un chaleco de su color favorito, el rosa, y se ríe cada vez que algún abuelete del club le cuenta que su padre esperaba un niño. El lo niega mohíno porque no piensa que su vida hubiera sido mejor con un hijo, como mucho igual. Eva le cree porque lo siente así.


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