Daphne contaba ciento veintisiete años cuando llegó a Madrid. Pero su aspecto no hacía suponer que tuviera más de treinta y uno. Alta, pálida, casi transparente, con unos ojos grandes y prácticamente amarillos, era una belleza felina que dificilmente dejaba indiferente a nadie, ya fuera hombre o mujer. Por supuesto siempre llevaba gafas de sol, a parte de que el gran astro la cegaba no le gustaba que la gente mirase a través de sus ojos aunque no tuviera alma que pudieran ver.
Estuvo varios días buscando por la ciudad un lugar adecuado donde instalarse. Debía ser tranquilo pero cercano a una zona de trasiego, alto para poder salir volando cuando lo desease y lo suficientemente melancólico como para no echar de menos su querido Budapest de donde venía en busca de sangre más caliente.
El precio del alquiler no era problema, contaba con un buen fondo de euros gracias a la generosidad de los varios amantes y admiradores que tenía repartidos por toda Europa.
Lo encontró en una calle paralela a la Gran Vía, por donde, a todas horas, pasaban suculentos manjares de todo tipo, y junto a Montera, donde abundaban prostitutas y mendigos que nadie iba a echar de menos si desaparecían.
Un alto torreón, elegante y con un jardín bien cuidado pero que por suerte carecía de rosales, ideal para sentarse al atardecer y continuar escribiendo su diario.
Un edificio construido en el 1920 por el arquitecto Luis Bellido y González llamado casa dos Portugueses
Desde allí observaba cada noche a un chico misterioso que siempre a la misma hora entraba al Hotel de las Letras situado justo enfrente. Con sus ojos gatunos podía verlo en su habitación, el torso desnudo, moreno y no demasiado musculado. Pero lo que más le llamaba la atención eran sus ojos oscuros, que la hipnotizaban de tal forma que su sed de sangre se transformaba en deseo, lujuria, obsesión. Algo preocupante puesto que a pesar de que habían pasado más de mil hombres y no pocas mujeres por su cama jamás había sentido nada parecido por ninguno de ellos.
Solo hacía unos meses de aquello y esa noche ambos se miraban en el jardín intentando adivinarse los pensamientos. Daphne estaba dispuesta a hacerle su compañero para siempre, había resistido la tentación de beber su sangre varias veces y hoy era el día en el que lo iba a hacer pero aún no estaba segura de si debía proponérselo o directamente convertirlo en un no-muerto.
Definitivamente no se lo contaría, le abrazó, preparó sus colmillos, pero justo cuando iba a morderle sintió una fuerte punzada en el corazón que le dejó sin aliento. Dio un paso atrás y solo pudo ver como su amado caro empuñaba una fina daga que se aproximaba veloz hacia su garganta.
La cabeza rodó junto a las románticas velas extendidas por el suelo que la consumieron en pocos segundos al igual que al cuerpo que cayó inerte sobre el fuego. El viento esparció las cenizas.
El chico de ojos oscuros había cumplido su cometido, Madrid volvía a estar limpia de vampiros.
Días más tarde, cuando el dueño de la casa salió a la terraza para regar las plantas vio el diario de tapas brillantes sobre la mesa y se sentó a hojearlo. "Vaya, otra joven interesada en los cuentos sobre vampiros, si me hubiera dejado su nueva dirección podría habérselo enviado".
domingo, 19 de abril de 2009
sábado, 11 de abril de 2009
... un agujerito para verlo
Bonito día para, por fín, después de muuuuchos años pensando en subir, descubrir el teleférico de Madrid.
El paseo es agradable, unos veinte minutos entre ida y vuelta observando la ciudad desde el cielo dentro de "una lata de sardinas que se puede caer en cualquiero momento", palabras textuales de mi hermano que con su cara de susto y vértigo nos hace partirnos de risa a las tres chicas que le acompañamos: mi madre, su novia y yo.
Para más inri y en jueves santo nos había tocado el número trece. No es para tanto, son solo 40 metros sobre el suelo en su parte más alta y 2457 metros de longitud que se recorren a 3,5 m/seg, según reza el cartel de la salida.
Las vistas son inmejorables. Salimos del parque del oeste, cruzamos un Manzanares limpio, sin obras, incluso con pescadores y vemos a un lado el skyline de la ciudad, al que le han crecido cuatro torres más desde que lo viera allá en el 1969 el alcalde Arias Navarro cuando inauguró este medio de transporte tan ecológico. Al otro lado el gran pulmón verde, la casa de campo, donde varios grupos de personas disfrutan de sus merendolas ajenos a las miradas de los que vamos en el cubículo.
De parque a parque y tiro porque me toca no hay escusa para no coger a los niños y montarlos en este cacharro como apertivo de lo que les espera al otro lado, en el parque de atracciones que nos saluda con el gran abismo naranja, la vetiginosa lanzadera y su mítica noria.
El paseo es agradable, unos veinte minutos entre ida y vuelta observando la ciudad desde el cielo dentro de "una lata de sardinas que se puede caer en cualquiero momento", palabras textuales de mi hermano que con su cara de susto y vértigo nos hace partirnos de risa a las tres chicas que le acompañamos: mi madre, su novia y yo.
Para más inri y en jueves santo nos había tocado el número trece. No es para tanto, son solo 40 metros sobre el suelo en su parte más alta y 2457 metros de longitud que se recorren a 3,5 m/seg, según reza el cartel de la salida.
Las vistas son inmejorables. Salimos del parque del oeste, cruzamos un Manzanares limpio, sin obras, incluso con pescadores y vemos a un lado el skyline de la ciudad, al que le han crecido cuatro torres más desde que lo viera allá en el 1969 el alcalde Arias Navarro cuando inauguró este medio de transporte tan ecológico. Al otro lado el gran pulmón verde, la casa de campo, donde varios grupos de personas disfrutan de sus merendolas ajenos a las miradas de los que vamos en el cubículo.
De parque a parque y tiro porque me toca no hay escusa para no coger a los niños y montarlos en este cacharro como apertivo de lo que les espera al otro lado, en el parque de atracciones que nos saluda con el gran abismo naranja, la vetiginosa lanzadera y su mítica noria.
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martes, 7 de abril de 2009
Parking dantesco.
Madrid no deja de sorprenderme. Y es que, el domingo, fui a parar por casualidad, a un parking de diseño vanguardista.
Parece una tontería pero acostumbrada a los aparcamientos mohosos, agobiantes, grises y malholientes (como el de mostenses por ejemplo) asombra ver este lugar amplio, perfectamente iluminado, con paredes pintadas de rojo pasión en las que cuelgan grandes fotos en blanco y negro que definen todo tipo de amor.
Los sensores luminosos rojos, verdes y azules de las 108 plazas públicas le dan un toque aún más fashion si cabe, pero lógicamente su función consiste en evitar que demos mil vueltas en busca de un sitio libre, ahorrándonos así malos humos tanto al coche como a los que vamos dentro.
Y no me digais que los baños no parecen de una disco. Están a la entrada, junto a la cabina de control para mayor seguridad.
En pleno barrio de Chueca, pretende ser también un símbolo del apoyo de la ciudad a la lucha contra el SIDA, así pues, la entrada, en la plaza Vázquez de Mella, está adornada con un gigantesco lazo rojo.
Dentro, Dante nos da la bienvenida con una frase de su Divina Comedia: "Amor que amar obliga al que es amado, me ata a tus brazos, con placer tan fuerte que como ves, ni aún muerto me abandona".
Esta espléndida reforma que costó nada más y nada menos que un millón de euros, la llevó a cabo el estudio de la arquitecta y diseñadora italiana Teresa Sapey, responsable también del parking del singular Hotel Puerta de América
Su nombre, como no podía ser de otra manera "Chueca an Dante", un espacio en el que se unen arte, diseño y vanguardia en favor de la funcionalidad.
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