Estuvo varios días buscando por la ciudad un lugar adecuado donde instalarse. Debía ser tranquilo pero cercano a una zona de trasiego, alto para poder salir volando cuando lo desease y lo suficientemente melancólico como para no echar de menos su querido Budapest de donde venía en busca de sangre más caliente.
El precio del alquiler no era problema, contaba con un buen fondo de euros gracias a la generosidad de los varios amantes y admiradores que tenía repartidos por toda Europa.
Lo encontró en una calle paralela a la Gran Vía, por donde, a todas horas, pasaban suculentos manjares de todo tipo, y junto a Montera, donde abundaban prostitutas y mendigos que nadie iba a echar de menos si desaparecían.
Un alto torreón, elegante y con un jardín bien cuidado pero que por suerte carecía de rosales, ideal para sentarse al atardecer y continuar escribiendo su diario.
Un edificio construido en el 1920 por el arquitecto Luis Bellido y González llamado casa dos Portugueses
Desde allí observaba cada noche a un chico misterioso que siempre a la misma hora entraba al Hotel de las Letras situado justo enfrente. Con sus ojos gatunos podía verlo en su habitación, el torso desnudo, moreno y no demasiado musculado. Pero lo que más le llamaba la atención eran sus ojos oscuros, que la hipnotizaban de tal forma que su sed de sangre se transformaba en deseo, lujuria, obsesión. Algo preocupante puesto que a pesar de que habían pasado más de mil hombres y no pocas mujeres por su cama jamás había sentido nada parecido por ninguno de ellos.
Solo hacía unos meses de aquello y esa noche ambos se miraban en el jardín intentando adivinarse los pensamientos. Daphne estaba dispuesta a hacerle su compañero para siempre, había resistido la tentación de beber su sangre varias veces y hoy era el día en el que lo iba a hacer pero aún no estaba segura de si debía proponérselo o directamente convertirlo en un no-muerto.
Definitivamente no se lo contaría, le abrazó, preparó sus colmillos, pero justo cuando iba a morderle sintió una fuerte punzada en el corazón que le dejó sin aliento. Dio un paso atrás y solo pudo ver como su amado caro empuñaba una fina daga que se aproximaba veloz hacia su garganta.
La cabeza rodó junto a las románticas velas extendidas por el suelo que la consumieron en pocos segundos al igual que al cuerpo que cayó inerte sobre el fuego. El viento esparció las cenizas.
El chico de ojos oscuros había cumplido su cometido, Madrid volvía a estar limpia de vampiros.
Días más tarde, cuando el dueño de la casa salió a la terraza para regar las plantas vio el diario de tapas brillantes sobre la mesa y se sentó a hojearlo. "Vaya, otra joven interesada en los cuentos sobre vampiros, si me hubiera dejado su nueva dirección podría habérselo enviado".